martes, 10 de mayo de 2022

Castillo de Rochafrida -Ossa de Montiel- (Albacete) Castilla La Mancha - España

También llamado de San Felices.
Sobre lo alto del cerro que domina al pueblo desde el Norte, a 1.320 m. de altura. Existe un sendero que nace entre las casas para llegar hasta él, o bien se puede acceder con vehículo por una pista que comienza en la carretera de Masegosa.

Castillo roquero de planta irregular adaptada al espacio disponible en la cresta rocosa donde se levanta. Sólo es accesible desde el Sureste, por donde llega el camino. En el resto (Suroeste y Norte) existen escarpes de roca verticales, en cuyo fondo del valle corre el río Guadiela. En la parte Sur se asienta el pueblo. Parece ser que este castillo fue levantado por los moros y reformado tras la conquista cristiana. Durante las guerras carlistas, el castillo fue reconstruido casi de nueva planta por Cabrera y sus hombres, adaptándolo al fuego fusilero y artillero. Ese es el castillo que se puede observar hoy día.
En la actualidad presenta un solo recinto muy irregular con tres grandes torres cuadrangulares en sus ángulos Oeste, Sur y Este. Ocupa una superficie aproximada de 1.350 m2. Se ven muros exteriores a este recinto y en su interior se alza una enorme torre de planta pentagonal. Está desprovisto de elementos de flanqueo, aunque por la naturaleza del terreno podía muy bien apañarse sin ellos. Las tres torres del recinto se sitúan en puntos muy estratégicos, dos defendiendo el acceso en su lienzo Sureste, al borde del barranco y la puerta, que debió situarse, junto a la torre Este. La torre Oeste, más grande, se levanta en un lugar, a nuestro parecer, bastante seguro, dando la impresión que es una torre medieval reutilizada. Es el único elemento que mantiene algunas estancias cubiertas por bóvedas, pero en muy mal estado, con grietas y peligrosos mampuestos a punto de caer. Es posible que defendiera la puerta de entrada al recinto. El muro perimetral está caído en diversos puntos. En el flanco Sureste se encuentra un amplio foso, excavado en la roca, que corta la meseta en toda su longitud, separando la fortaleza del resto de la montaña. Tras estar casi por completo relleno de escombros ha sido vaciado. Existen muros exteriores al recinto que refuerzan las defensas naturales y evitaban la aproximación del enemigo, y un gran aljibe en el centro de la plaza que forma el puntal rocoso, seguramente musulmán. Es destacable en su frente Noreste una prolongada coracha terminada por un robusto contrafuerte o espolón, que corta el paso del costado oriental.

Este castillo, junto con el de los Siete Condes, localizado en las cercanías, o el de Locamala y algunos más perdidos y olvidados en las profundidades de la extensa sierra surcada por el río Guadiela, corresponden a un sistema defensivo muy potente y claro, construído para proteger el curso del Tajo y las antiguas vías de comunicación que comunicaban con Albarracín y Molina de Aragón.
Castillo musulmán, ocupado por los cristianos antes de la toma de Cuenca y cedido a la Orden de Santiago. Su nombre aparece de vez en cuando en las crónicas y documentos medievales, aunque sin ninguna precisión. Solamente se conocen los nombres y hazañas de sus últimos señores, pertenecientes al linaje de los Albornoz, entre quienes se encuentra Gómez Carrillo el Feo, famoso por sus desafueros. Don Pedro Carrillo, asesino de su propio hermano por unas supuestas ofensas a su misma madre doña Leonor. Y don Luís Carrillo, cuya esposa, doña Inés Barrientos, que se vengó cruelmente de algunos comuneros que en una cena en 1521 agraviaron a su marido. Anteriormente, el señorío de Beteta, con los inmediatos estados del Infantado, habían pasado por dote a don Enrique de Aragón, marqués de Villena, conocido como el alquimista o el nigromántico, quién, como de costumbre, no supo conservarlos, recayendo después en dicha familia de los Albornoz.


La historia de esta villa queda después completamente oscurecida hasta la guerra carlista de 1839, en la que Cabrera ocupó el castillo, del que hizo una de sus principales posiciones, reforzándolo y convirtiéndolo en depósito de municiones, entre las que figuraban una gran cantidad de granadas de mano hechas de vidrio y fabricadas en el lugar, halladas cuando en 1840 fue asaltado. Los carlistas emplearon en su acondicionamiento más de dos mil paisanos y ochocientas caballerías. Colocaron cuatro cañones en sus torres y se almacenó un enorme polvorín. Los intentos de recuperar el castillo por parte de tres batallones de soldados isabelinos resultaron inútiles, permaneciendo en manos de Cabrera hasta el final de la guerra. Su defensa estaba encomendada a 500 hombres mandados por el general Palacios. Al finalizar la guerra el ejército isabelino continuó guarneciendo el castillo y a ello se debe la documentación y planos que existen.





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